Le habían suplicado que no lo dijera, que no cometiera ese error. Pero cómo evitarlo? Cómo saber que es el momento de callar...
El hombre se sentó a pensar sobre lo ya pensado infinidad de veces, se dispuso a dar vueltas sin más sentido que el del eterno reproche de una conciencia que jamás había sabido perdonarlo. Quizás el perdón nunca haya sido patrimonio de su conciencia y si así fuera, algo era seguro: nunca más lo será.
Sin embargo, algo en su interior, en lo más profundo de su capacidad de goce le hacía sentir, sin temor a la duda, que se sentía a gusto consigo mismo, que por más pequeño que resulte ese momento de placer era tan suyo como cada una de las sensaciones que pudiera experimentar y nadie, absolutamente nadie podría arrebatárselo jamás. Podrían quitarle su radio, la escasa ropa que tenía, su libertad, y hasta su vida, pero quién en este universo creador de reglas absurdas tendría la capacidad de quitarle ese momento en el tiempo, ese pedazo de realidad propia, de conciencia que lo regocijaba y lo ataba al lado más compartido de la locura?
Y de eso se trataba; de jugar con los límites de la locura. Límites tan difusos como peligrosos, límites que nadie nunca ha podido definir, quizás porque nunca nadie ha podido habitar ese universo sin tener que quedarse allí eternamente.
Pero todo estaba terminando..., absolutamente nada podría jamás revertir su situación de encierro. Él ya estaba acostumbrado al encierro, se sentía a gusto con el dulce gris del encierro, pero su encierro era suyo, era una prisión propia, que lo mantenía latiendo en algún mundo.
Pero esta vez no podría escapar, ni tan siquiera encerrarse-escaparse de este novedoso enrejamiento. Era un encierro físico, de paredes que estaban por fuera y no se moverían más a su antojo, era el encierro “de los otros”...; la prisión de la mayoría.
Siempre había sido y siempre sería una cuestión de números y de límites. Él siempre pensaba que era suya la decisión acerca de la postura con respecto a esas cantidades y esos límites y barreras, y quizás era este el momento de quiebre en el que se daría cuenta de su impotencia y lejanía con respecto a la toma de decisiones en su vida.
Ahora quedaba esperar..., esperar algo..., pero qué? Nunca habría imaginado que llegaría un momento tan estático y sin brillo. Siempre había sido una persona paciente y nunca le había molestado esperar, pero sus esperas (muchas aún vigentes y tal vez infinitas) estaban llenas de sentido y de confianza en lo que luego vendría a suceder. Pero ahora no. Sabía que debía esperar, pero esperar sin tiempo y sin objeto o suceso esperado. Esperaría la totalidad de las posibilidades, o la nada. Era completamente conciente de que más temprano que tarde comenzaría a desesperarse. Que sus ojos ya no verían la luz, que perdería noción del paso del tiempo, que escucharía el latido de su corazón como antes había escuchado el latido desesperado que ahora lo tenía preso sin remedio. Pero quizás lo que más le preocupaba era que nada pasaría inadvertido, y no podría dejar de importarle por más que esto fuese su más profundo deseo. Sería conciente de su desesperación y de la agonía de sus nervios.
Empezó poco a poco a reconstruir su situación actual, a subir y bajar por la escalera del tiempo. No buscaba nada específico, solamente intentaba encontrar...preguntas sin respuestas y respuestas sin sentido que lo acercaban cada vez con mayor peligro a una nueva crisis. Sin embargo esto no dejaba de seducirlo ni un instante, quizás fuera en una nueva crisis en dónde encontrara un leve escape, una transitoria fuga a sus pensamientos más concientes y persecutorios.
El hombre se sentó a pensar sobre lo ya pensado infinidad de veces, se dispuso a dar vueltas sin más sentido que el del eterno reproche de una conciencia que jamás había sabido perdonarlo. Quizás el perdón nunca haya sido patrimonio de su conciencia y si así fuera, algo era seguro: nunca más lo será.
Sin embargo, algo en su interior, en lo más profundo de su capacidad de goce le hacía sentir, sin temor a la duda, que se sentía a gusto consigo mismo, que por más pequeño que resulte ese momento de placer era tan suyo como cada una de las sensaciones que pudiera experimentar y nadie, absolutamente nadie podría arrebatárselo jamás. Podrían quitarle su radio, la escasa ropa que tenía, su libertad, y hasta su vida, pero quién en este universo creador de reglas absurdas tendría la capacidad de quitarle ese momento en el tiempo, ese pedazo de realidad propia, de conciencia que lo regocijaba y lo ataba al lado más compartido de la locura?
Y de eso se trataba; de jugar con los límites de la locura. Límites tan difusos como peligrosos, límites que nadie nunca ha podido definir, quizás porque nunca nadie ha podido habitar ese universo sin tener que quedarse allí eternamente.
Pero todo estaba terminando..., absolutamente nada podría jamás revertir su situación de encierro. Él ya estaba acostumbrado al encierro, se sentía a gusto con el dulce gris del encierro, pero su encierro era suyo, era una prisión propia, que lo mantenía latiendo en algún mundo.
Pero esta vez no podría escapar, ni tan siquiera encerrarse-escaparse de este novedoso enrejamiento. Era un encierro físico, de paredes que estaban por fuera y no se moverían más a su antojo, era el encierro “de los otros”...; la prisión de la mayoría.
Siempre había sido y siempre sería una cuestión de números y de límites. Él siempre pensaba que era suya la decisión acerca de la postura con respecto a esas cantidades y esos límites y barreras, y quizás era este el momento de quiebre en el que se daría cuenta de su impotencia y lejanía con respecto a la toma de decisiones en su vida.
Ahora quedaba esperar..., esperar algo..., pero qué? Nunca habría imaginado que llegaría un momento tan estático y sin brillo. Siempre había sido una persona paciente y nunca le había molestado esperar, pero sus esperas (muchas aún vigentes y tal vez infinitas) estaban llenas de sentido y de confianza en lo que luego vendría a suceder. Pero ahora no. Sabía que debía esperar, pero esperar sin tiempo y sin objeto o suceso esperado. Esperaría la totalidad de las posibilidades, o la nada. Era completamente conciente de que más temprano que tarde comenzaría a desesperarse. Que sus ojos ya no verían la luz, que perdería noción del paso del tiempo, que escucharía el latido de su corazón como antes había escuchado el latido desesperado que ahora lo tenía preso sin remedio. Pero quizás lo que más le preocupaba era que nada pasaría inadvertido, y no podría dejar de importarle por más que esto fuese su más profundo deseo. Sería conciente de su desesperación y de la agonía de sus nervios.
Empezó poco a poco a reconstruir su situación actual, a subir y bajar por la escalera del tiempo. No buscaba nada específico, solamente intentaba encontrar...preguntas sin respuestas y respuestas sin sentido que lo acercaban cada vez con mayor peligro a una nueva crisis. Sin embargo esto no dejaba de seducirlo ni un instante, quizás fuera en una nueva crisis en dónde encontrara un leve escape, una transitoria fuga a sus pensamientos más concientes y persecutorios.
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